Hacía mucho frío. Pronto vendría el último metro. Me faltaban sólo cien pesos.
Cien pesos que usó el árbitro para darle la partida a “los azules”,
Cien que pusieron bajo la mesa de la completería para que no se tambaleara,
Cien que se reunirían con otras monedas de cien dentro de un juego electrónico,
Cien que cumplirían un deseo al interior de una pileta,
Cien para romper cobardemente vía teléfono con tu novia.
Quinientos que hurté del tarrito del ciego antes de entrar a Calicanto.
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